viernes, 30 de marzo de 2012


EL PRECIO DE LAS GEMAS

«Mujer virtuosa, ¿quién la hallará? Su valor sobrepasa largamente al de las piedras preciosas» (Proverbios 31:10).

La meditación de hoy está dedicada a todas las esposas fieles y madres que lean este libro día a día buscando inspiración que las ayude a llevar a cabo sus múltiples tareas.
 
Es nuestro deseo, y por ello oramos, que encuentren en estas páginas esa pizca de luz y verdad que haga un poco más luminoso su diario vivir.

¿A veces tiene la sensación de que lo que hace no tiene valor? No lo crea. Salomón dijo que el precio de una mujer virtuosa es muy superior al de las piedras preciosas. No tengo ni idea del valor que tienen las gemas pero, evidentemente, son valiosas. Quizá usted no sea hermosa o rica, pero sí puede ser virtuosa. Si es así, usted es valiosa.

Puede que no tenga un título universitario, pero es probable que esté calificada para más de un empleo, como por ejemplo, conductora, jardinera, consejera familiar, personal de limpieza, ama de llaves, cocinera, puericultora, recadera, contable, diseñadora de interiores, dietista, secretaria, relacionista pública o azafata.
 
Estoy seguro de que podría ampliar la lista. Muchas de ustedes se hacen cargo del cuidado de la familia a la vez que, fuera de casa, desempeñan un empleo a tiempo completo. Realmente, son admirables.

El Salmo 128:3 dice que los niños son «como plantas de olivo alrededor de tu mesa». Los bebés son como pequeños brotes verdes recién salidos de la tierra. Crecen como las plantas: primero un tallo, luego una hoja, después otra... Pronto maduran y empiezan a florecer. Y el ciclo se repite cuando tienen sus propios hijos. La influencia de la madre en la educación de niños maduros, responsables y cristianos está fuera de toda medida.

En una presentación de Escuela Sabática, un niño se olvidó de sus frases. Su madre estaba en la primera fila para apuntarlo. Ayudándose de gestos, dijo las palabras con los labios y en silencio, pero no sirvió de nada. Su hijo se había quedado en blanco. Finalmente, se inclinó y susurró: «Yo soy la luz del mundo». El niño sonrió y con gran sentimiento y una voz clara y fuerte dijo: «¡Mi mamá es la luz del mundo!».

Si usted es madre (o padre), es la luz de la vida de sus hijos. Para ellos usted está en el lugar de Dios (ver Patriarcas y Profetas, cap. 27, p. 280). Sea fiel y recibirá su recompensa. Basado en Mateo 8:14,15

Tomado de Meditaciones Matutinas Tras sus huellas,
El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill

miércoles, 28 de marzo de 2012

«QUIERO»
«Mira mi aflicción y mi trabajo y perdona todos mis pecados» (Salmo 25:18).

Los tiempos bíblicos no son los únicos en los que había lepra. Todavía hoy es una enfermedad común en muchos países, en especial los de clima templado, tropical y subtropical. Además de producir profundas úlceras y grandes bultos que causan graves deformidades, la lepra causa daños neurológicos en los brazos y las piernas. Las personas que hace tiempo están enfermas de lepra pueden perder manos y pies porque, cuando sufren una herida, no se percatan de ello.
El pecado es la lepra del alma. Si no recibe tratamiento, comenzamos a volvernos insensibles, tanto al mal como al bien. En otras palabras, el mal no parece tan repugnante y el bien no es tan atractivo. Nos adormecemos y perdemos la capacidad de sentir. Esta situación es más temible que cualquier enfermedad.
Reconforta saber que podemos acercarnos a Jesús, el Gran Médico, sabiendo que, si quiere, puede purificarnos. No hay pecado, por grave que sea, que él no pueda perdonar. No hay tentación, por fuerte que sea, que sea invencible para su gracia.
Al acercarnos a Jesús es necesario que imploremos su piedad. No podemos exigirla como si de una deuda se tratase, sino como un favor: «Señor, si esa es tu voluntad, me echo a tus pies y, si perezco, que sea allí».
La respuesta de Cristo a la súplica del leproso estaba llena de ternura. Extendiendo la mano, lo tocó. A pesar de que la lepra era una enfermedad temida y repugnante, Jesús lo tocó. Hasta este momento, nadie, ni siquiera su propia familia se habría atrevido a tocarlo. Tocar al leproso, a quien se le consideraba un pecador, equivalía a contaminarse. Pero Cristo quería demostrar que, cuando hablaba con los pecadores, él no corría el peligro de infectarse.
Jesús dijo al leproso: «Quiero. Sé limpio». No le dijo: «Ve y lávate en el Jordán»; tampoco le sugirió una larga y tediosa terapia; sencillamente, dijo una palabra, lo tocó y el hombre quedó sanado. Jesús está dispuesto a darnos la ayuda necesaria. Cristo es un Médico al que no es necesario buscar porque siempre está ahí. No os necesario insistirle porque, al hablarle, escucha. Y tampoco es necesario pagar por sus servicios, porque sana gratuitamente. Pidámosle que nos sane. Basado en Mateo 8:1-4

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill

martes, 27 de marzo de 2012

JESÚS NOS LIMPIARÁ

«Bendice, alma mía, a Jehová, y no olvides ninguno de sus beneficios. Él es quien perdona todas tus maldades, el que sana todas tus dolencias» (Salmo 103:2-3).

Jesús se apercibió de que a su alrededor se estaba congregando una gran multitud, subió a la ladera de una colina para que el gentío pudiera verlo y oírlo sin dificultad y empezó a pronunciar un sermón muy largo. Es probable que el leproso se situara al margen de la multitud y que el sermón que escuchaba lo empujara a acercarse a Jesús para pedirle que lo sanara. Había oído decir que aquel Maestro que hablaba con tanta autoridad también era capaz de sanar. Así, a pesar de las críticas de los demás, se acercó lo suficiente a Jesús para pedirle a gritos: «Señor, si quieres, puedes limpiarme» (Mat. 8:2).
Jesús se preocupa por nuestras dolencias. Se compadece de nuestras debilidades (ver Heb. 4:15). Nosotros también podemos acercamos a Jesús, el cual tiene poder sobre todas las enfermedades. Su poder para curar enfermedades es el mismo ahora que cuando anduvo en la tierra; pero siempre tenemos que someternos a su voluntad: «Señor, si quieres, puedes».
No siempre podemos tener la certeza de que lo que pedimos armoniza con la voluntad divina, pero sí podemos estar seguros de que Dios tiene poder para concederlo; porque su poder es ilimitado si lo que pedimos es para su gloria y nos hace bien. Además, podemos confiar en su sabiduría y su misericordia. Por eso podemos decir:«Hágase tu voluntad». Esto nos asegura que, sea cual sea el resultado, estaremos en paz.
Jesús no curaba siempre de inmediato. Pero en este caso, tan pronto se hizo la petición la concedió. Cuando, en oración, pedimos bendiciones terrenales, es probable que la respuesta a nuestra oración se demore o que Dios nos responda de un modo distinto al esperado; pero no sucede así cuando pedimos que nos libre del pecado. Limpiarnos del pecado, convertirnos en sus hijos y prepararnos para vivir una vida de santidad ha sido siempre su voluntad. «Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad» (1 Juan 1:9). Esa oración recibirá una respuesta inmediata. Basado en Mateo 8:1-4.

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill

lunes, 26 de marzo de 2012

JESÚS PUEDE LIMPIARNOS

«Esta es la confianza que tenemos en él, que si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, él nos oye. Y si sabemos que él nos oye en cualquiera cosa que pidamos, sabemos que tenemos las peticiones que le hayamos hecho» (1 Juan 5:14-15).

Piense en la peor de las enfermedades que se conocen hoy día: eso es lo que pensaba la gente de los tiempos bíblicos sobre la lepra. De hecho, se consideraba que la lepra era un castigo divino por algún terrible pecado que hubiera cometido la persona.
 
En realidad, todas las enfermedades son, a la vez, el resultado y símbolo del pecado. Todo empezó en Edén, con Adán y Eva desobedeciendo a Dios. Y desde entonces, el diablo ha acumulado en nosotros enfermedad sobre enfermedad. Pero la lepra era una enfermedad que despertaba un temor especial. Estaba tan asociada al pecado que quien la padecía tenía que separarse completamente de todo lo santo y era considerado impuro.
 
La gente creía que esta enfermedad procedía de la mano de Dios y, por lo tanto, solo él podía quitarla. La capacidad de curar la lepra era una de las señales del Mesías (ver Mat. 11:5). El rey de Israel preguntó: «¿Soy yo Dios, que da vida y la quita, para que este me envíe a un hombre a que lo sane de su lepra?» (2 Rey. 5:7).
 
Se consideraba que la lepra era incurable a menos que Dios interviniera. Por esa razón, un leproso nunca acudía a un médico para que lo sanara. ¿Qué podría hacer el médico si la curación era obra de Dios? En su lugar, el sacerdote, el ministro del Señor, tenía la responsabilidad de examinar al presunto leproso y declararlo puro o impuro. Si el sacerdote veía evidencias de enfermedad, la persona era declarada impura. Si no percibía ninguna evidencia, la persona podía volver a su casa.
 
¿Se imagina qué era levantarse una mañana y descubrir que se padecía la lepra? El leproso tenía que abandonar de inmediato la casa y la familia, tenía que vivir fuera de la ciudad, con los enfermos incurables y, cada vez que pasaba cerca de una persona sana, tenía que gritar: «¡Impuro!».
 
De hecho, todos sufrimos la lepra del pecado. Somos impuros y tenemos que permanecer apartados de las cosas santas. La ley de Dios, como el sacerdote, nos puede mostrar que somos impuros, pero no nos puede curar. Jesús puede hacer lo que para la ley es imposible (Rom. 8:3). Jesús, nuestro Sumo Sacerdote, quita el pecado, nos limpia y nos declara sanos. Ya no somos impuros. Demos gracias a Dios por Jesús, el Gran Médico. Basado en Mateo 8: 1-4

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill

viernes, 23 de marzo de 2012

EL CAMINO ANCHO

«Porque nada de lo que hay en el mundo —los deseos de la carne, los deseos de los ojos y la vanagloria de la vida— proviene del Padre, sino del mundo» (1 Juan 2:16).


La Biblia enseña que solo hay dos caminos: uno bueno y otro malo, el camino a la vida eterna y el que lleva a la perdición. No hay, como algunos quisieran, una tercera vía, la calle de en medio. Jesús habló de esos dos caminos en Mateo 7:13, 14. Hoy hablaremos de qué significa transitar por el camino ancho.
Cuando estoy al volante de mi automóvil, prefiero circular por una cómoda autopista de dos canales a hacerlo por una carretera de un solo canal. Una autopista tiene más espacio y me permite conducir con más rapidez y seguridad. Jesús habló de una puerta ancha y de un camino ancho (en términos modernos, una autopista). Como el camino ancho tiene un acceso cómodo y fácil de seguir, está muy transitado. En la ilustración de Jesús, el camino ancho representa los caminos del mundo.
En esta carretera usted no tendrá problemas para entrar porque el acceso es muy amplio. Por esa vía puede circular «todo lo que hay en el mundo; los deseos de la carne, los deseos de los ojos y la vanagloria de la vida» (1 Juan 2:16).
Circulando por esa carretera usted jamás se sentirá solo; siempre estará bien acompañado, porque es fácil de seguir. Pero recuerde que la multitud siempre lleva por mal camino. «Hay camino que al hombre le parece derecho, pero es camino que lleva a la muerte» (Prov. 16:25).
«Por el camino a la muerte puede marchar todo el género humano, con toda su mundanalidad, todo su egoísmo, todo su orgullo, su falta de honradez y su envilecimiento moral. Hay lugar para las opiniones y doctrinas de cada persona; espacio para que sigan sus propias inclinaciones y para hacer todo cuanto exija su egoísmo. Para andar por la senda que conduce a la destrucción, no es necesario buscar el camino, porque la puerta es ancha, y espacioso el camino, y los pies se dirigen naturalmente a la vía que termina en la muerte» (Así dijo Jesús [APIA, 2007], cap. 6, pp. 211, 212)
Escoger el camino ancho es un error. El camino angosto es el camino correcto. Basado en Mateo 7: 13,14



Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill