lunes, 22 de octubre de 2012

LA ORACIÓN NOS CAMBIA



«No os conforméis a este mundo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál es la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta» (Romanos 12:2).

Para los padres y los abuelos, la angustia por la salvación de sus seres queridos es una pesada carga. Inclúyame a mí. Cada día, a veces con lágrimas, en oración, los presentamos ante el Señor y le pedimos que los haga regresar a la iglesia, que los libere de influencias y hábitos dañinos; en pocas palabras, que los cambie. No obstante, quizá la primera persona a quien debamos presentar ante el Señor seamos nosotros mismos. ¿Cómo? ¿Acaso no sería egoísta? Es cierto que no tenemos que centrar las oraciones en nosotros mismos, pero pedirle al Señor que lo cambie todo y a todo el mundo es incompatible con el espíritu de la oración.

Quizá piense: «Este hombre no entiende nada. Soy como soy por mi esposa. ¿Cómo puede el Señor cambiarme a mí si antes no la cambia a ella?».

Orar para que alguien cambie me recuerda la historia de un jovencito al que lo habían enviado a su habitación porque se había portado mal. Al poco rato, salió y dijo a su madre:
—He estado pensando en lo que hice y he orado.
—Eso está bien —dijo ella—; si le pides a Dios que te haga ser bueno, te ayudará.
—Ah, no. No le he pedido que me ayude a ser bueno —respondió el muchacho—. ¡Le pedí que te ayude a soportarme!

Nuestra vida, la de usted y la mía, puede cambiar tanto si nuestros cónyuges o nuestros hijos cambian como si no. He visto muchos casos en los que las esposas y los esposos, antes de que se produjera un cambio, han tenido que orar por su cónyuge a veces durante años. Pero el cambio más importante de todos fue el cambio que el Señor obró en ellos durante esos años de oración.

Cuando nos cambia, el Señor no se limita a remodelarnos. La nueva vida en Cristo no se aplica sobre la antigua. «De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es: las cosas viejas pasaron; todas son hechas nuevas» (2 Cor. 5:17). No se limite a «repintar» su experiencia cristiana, vívala. Basado en Lucas 18:1-8.

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill

viernes, 13 de abril de 2012

FE EN DIOS
«Sálvanos, Jehová, Dios nuestro, y recógenos de entre las naciones, para que alabemos tu santo nombre, para que nos gloriemos en tus alabanzas» (Salmo 106:47).

Mientras los vientos azotaban la frágil embarcación de pesca y la lluvia caía sobre ella hasta el punto de hacerla zozobrar, los discípulos recordaron que Jesús estaba en un rincón. Quedaron sorprendidos de encontrarlo dormido apaciblemente y lo despertaron con sus súplicas: «¡Señor, sálvanos, que perecemos!».
 
Sus gritos despertaron a Jesús quien, aparentemente, estaba descansado. Quizá parezca que está dormido cuando su iglesia se ve sacudida por una tormenta, pero siempre responde. «Te levantarás y tendrás misericordia de Sión, porque es tiempo de tener misericordia de ella, porque el plazo ha llegado» (Sal. 102:13).
En Mateo 8: 26 la Biblia registra sus palabras: «Él les dijo: "¿Por qué teméis, hombres de poca fe?"» No los reprende por haberlo molestado con sus súplicas sino porque hicieron caso a sus propios temores y se angustiaron. Primero Cristo los reprendió y luego los liberó. He aquí su método: primero nos prepara para poder recibir una bendición y luego la da en abundancia.
Preste atención a dos cosas: (1) Su decepción a causa de los temores de sus discípulos: «¿Por qué ustedes, que son mis discípulos tienen temor? Entiendo que los pecadores sientan miedo, que los navegantes paganos tiemblen en medio de una tormenta; ¿pero ustedes?» (2) Les descubre la fuente de sus temores: «Hombres de poca fe».
¿Por qué es tan importante la fe? Los seguidores de Cristo tendemos a ser presa del temor cuando los tiempos son tempestuosos y a quejarnos cuando las cosas andan de mal en peor. La razón de que sintamos temor injustificado se encuentra en el hecho de que nuestra fe es débil, en lugar de ser un punto de apoyo para el alma donde anclar el remo de la oración. Por fe tendríamos que ser capaces de cruzar cualquier tempestad y llegar a la tranquila orilla a la vez que nos alentamos con la esperanza de que llegaremos sanos y salvos.
Sin embargo, la fe en que seremos librados no es fe en Dios. La fe en Dios, tanto si somos librados de la prueba como si no, implica que nos aferraremos a nuestra creencia de que Dios es amor y que estaremos en sus manos. «La seguridad presente y eterna de los hombres es Jesucristo, el Justo. Ninguna mano humana podrá arrancar un alma creyente de sus manos» (Youth´s Instructor, 17 de febrero de 1898). Hay cosas que solo se aprenden en medio de la tormenta. Basado en Mateo 8: 23-27

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill

Jovanny R. Vega A.

jueves, 12 de abril de 2012

VUÉLVASE A JESÚS

«Cambia la tempestad en sosiego se apacigua sus olas. Luego se alegran, porque se apaciguaron, y así los guía al puerto que deseaban» Salmo 107:29,30.

Aunque los desdichados discípulos eran navegantes experimentados y habían afrontado numerosas tempestades, ahora estaban terriblemente asustados. Aterrorizados, acudieron rápidamente a su Maestro. ¿Dónde más podían ir? Que Jesús estuviera tan cerca era algo bueno. Sus gritos y súplicas lo despertaron: «¡Señor, sálvanos!».
Si quiere aprender a orar, póngase en peligro. Cuando sienta que su vida está en juego, correrá a Cristo, el único que puede ayudar en tiempos de necesidad. Los discípulos nunca antes habían orado así. La suya era una oración viva: «¡Señor, sálvanos, que perecemos!».
Habían visto suficientes milagros para saber que Jesús podía dominar cualquier situación. Creían que podía salvarlos y le rogaron que los ayudara. Aunque Cristo vino al mundo como Salvador, únicamente podrá salvar a los que acudan a él. Si, por fe, usted pide la salvación que solo Cristo da, confiado, podrá acudir a él con sus necesidades cotidianas.
Los discípulos lo llamaron: «¡Señor!», y luego rogaron: «¡Sálvanos!». Cristo solo salvará a aquellos que estén dispuestos a reconocerlo como Señor y eso significa obedecerlo. Jesús dijo una vez: «¿Por qué me llamáis: "Señor, Señor", y no hacéis lo que yo digo?» (Luc. 6:46).
Cuando los discípulos clamaron: «Moriremos», reconocieron que su situación era desesperada y se dieron por perdidos. Era como si hubieran sido sentenciados a muerte, por eso clamaron: «Si no nos salvas, moriremos; apiádate de nosotros».
«Por fiera que sea la tempestad, los que claman a Jesús: "Señor, sálvanos", hallarán liberación. Su gracia, que reconcilia al alma con Dios, calma la contienda de las pasiones humanas, y en su amor el corazón descansa. "Hace parar la tempestad en sosiego, y se apaciguan sus ondas. Alégrense luego porque se reposarán; y él los guía al puerto que deseaban" (Sal. 107: 29, 30)» (El Deseado de todas las gentes, cap. 35, pp. 308, 309). Basado en Mateo 8: 23-27

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill

miércoles, 11 de abril de 2012

ECHE SU ANSIEDAD SOBRE JESÚS
«Echad toda vuestra ansiedad sobre él, porque él tiene cuidado de vosotros» (1 Pedro 5:7).

Durante la travesía, los sacudió una fuerte tempestad. Cristo pudo haberla evitado para que los discípulos tuvieran un viaje agradable, pero era necesario que aprendieran una lección de confianza. En ese momento lo ignoraban, pero esa tormenta era para su propio bien.
 
Cristo quería enseñarles que sus seguidores no se librarán de las tormentas del camino. Del mismo modo, la iglesia se verá sacudida por vientos de doctrinas. Solo tras nuestra llegada al cielo disfrutaremos de una calma perpetua. Esta tierra siempre estará sumida en la agitación y el caos.
Después de haber predicado durante varios días a una gran multitud, Jesús estaba cansado. Imagine la energía que necesitaría para predicar de manera que cinco mil personas pudieran oírlo. En lugar de dejar que descansara, la gente se agolpaba a su alrededor pidiéndole que sanara sus enfermedades. Ahora, en aquella frágil embarcación de pesca,
Jesús había encontrado un rincón tranquilo, recostó la cabeza y se durmió. Esta es la única vez en que se nos dice que Jesús durmió. Sabemos que tenía que dormir, pero él dijo de sí mismo que no tenía dónde recostar la cabeza. Se durmió, no como Jonás, dormido en medio de una tempestad porque se escondía, sino con el sueño de la santa serenidad y la dependencia de su Padre. Se durmió para mostrar que, real yverdaderamente, era un hombre y que estaba sujeto a las flaquezas del cuerpo humano. El esfuerzo lo había agotado y estaba somnoliento. Ningún sentimiento de culpa ni temor podía turbar su reposo. Una frase célebre reza: «La buena conciencia sirve de almohada».
Jesús pudo dormir completamente relajado porque confiaba en su Padre; no así aquel anciano, temeroso ante su primer viaje en avión. Sus amigos, deseosos de saber cómo le había ido, le preguntaron si le había gustado. «Bueno», comentó el caballero, «no fue tan mal como había pensado; pero tengo que decir que en ningún momento dejé caer todo mi peso sobre el asiento».
Cuando confíe en Jesús usted podrá «dejar caer todo su peso» en los brazos del Señor. Recordemos la invitación bíblica: «Echad toda vuestra ansiedad sobre él, porque él tiene cuidado de vosotros» (1 Ped. 5:7). Basado en Mateo 8: 23-27

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill

jueves, 5 de abril de 2012

POR NOSOTROS FUE HERIDO

«Mas él fue herido por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados» (Isaías 53:5).

En la parábola de la oveja perdida, Cristo enseña que la salvación no se debe a nuestra búsqueda de Dios, sino a su búsqueda de nosotros. “No hay quien entienda, no hay quien busque a Dios; todos se desviaron” Romanos 3:11, 12. No nos arrepentimos para que Dios nos ame, sino que él revela su amor para que nos arrepintamos...
Los rabinos tenían el dicho de que hay regocijo en el cielo cuando es destruido uno que ha pecado contra Dios; pero Jesús enseñó que la obra de destrucción es una obra extraña; aquello en lo cual todo el cielo se deleita es la restauración de la imagen de Dios en las almas que él ha hecho.
Cuando alguien que se haya extraviado grandemente en el pecado trate de volver a Dios, encontrará crítica y desconfianza. Habrá quienes pongan en duda la veracidad de su arrepentimiento, o que murmurarán: “No es firme; no creo que se mantendrá”. Tales personas no están haciendo la obra de Dios, sino la de Satanás, que es el acusador de los hermanos. Mediante sus críticas, el maligno trata de desanimar a aquella alma, y llevarla aún más lejos de la esperanza y de Dios. Contemple el pecador arrepentido el regocijo del cielo por su regreso. Descanse en el amor de Dios, y en ningún caso se descorazone por las burlas y las sospechas de los fariseos.
Los rabinos entendieron que la parábola de Cristo se aplicaba a los publicanos y pecadores; pero también tiene un significado más amplio. Cristo representa con la oveja perdida no sólo al pecador individual, sino también al mundo que ha apostatado y ha sido arruinado por el pecado. Este mundo no es sino un átomo en los vastos dominios que Dios preside. Sin embargo, este pequeño mundo caído, la única oveja perdida, es más precioso a su vista que los noventa y nueve que no se descarriaron del aprisco.
Cristo, el amado Comandante de las cortes celestiales, descendió de su elevado estado, puso a un lado la gloria que tenía con el Padre, con el fin de salvar al único mundo perdido. Para esto dejó allá arriba los mundos que no habían pecado, los noventa y nueve que le amaban, y vino a esta tierra para ser “herido... por nuestras rebeliones” y “molido por nuestros pecados” Isaías 53:5. Dios se dio a sí mismo en su Hijo para poder tener el gozo de recobrar a la oveja que se había perdido...
Cada alma que Cristo ha rescatado está llamada a trabajar en su nombre para la salvación de los perdidos. Esta obra había sido descuidada en Israel. ¿No es descuidada hoy día por los que profesan ser los seguidores de Cristo?—Palabras de Vida del Gran Maestro, 148-150.

Jovanny R. Vega A.

viernes, 30 de marzo de 2012


EL PRECIO DE LAS GEMAS

«Mujer virtuosa, ¿quién la hallará? Su valor sobrepasa largamente al de las piedras preciosas» (Proverbios 31:10).

La meditación de hoy está dedicada a todas las esposas fieles y madres que lean este libro día a día buscando inspiración que las ayude a llevar a cabo sus múltiples tareas.
 
Es nuestro deseo, y por ello oramos, que encuentren en estas páginas esa pizca de luz y verdad que haga un poco más luminoso su diario vivir.

¿A veces tiene la sensación de que lo que hace no tiene valor? No lo crea. Salomón dijo que el precio de una mujer virtuosa es muy superior al de las piedras preciosas. No tengo ni idea del valor que tienen las gemas pero, evidentemente, son valiosas. Quizá usted no sea hermosa o rica, pero sí puede ser virtuosa. Si es así, usted es valiosa.

Puede que no tenga un título universitario, pero es probable que esté calificada para más de un empleo, como por ejemplo, conductora, jardinera, consejera familiar, personal de limpieza, ama de llaves, cocinera, puericultora, recadera, contable, diseñadora de interiores, dietista, secretaria, relacionista pública o azafata.
 
Estoy seguro de que podría ampliar la lista. Muchas de ustedes se hacen cargo del cuidado de la familia a la vez que, fuera de casa, desempeñan un empleo a tiempo completo. Realmente, son admirables.

El Salmo 128:3 dice que los niños son «como plantas de olivo alrededor de tu mesa». Los bebés son como pequeños brotes verdes recién salidos de la tierra. Crecen como las plantas: primero un tallo, luego una hoja, después otra... Pronto maduran y empiezan a florecer. Y el ciclo se repite cuando tienen sus propios hijos. La influencia de la madre en la educación de niños maduros, responsables y cristianos está fuera de toda medida.

En una presentación de Escuela Sabática, un niño se olvidó de sus frases. Su madre estaba en la primera fila para apuntarlo. Ayudándose de gestos, dijo las palabras con los labios y en silencio, pero no sirvió de nada. Su hijo se había quedado en blanco. Finalmente, se inclinó y susurró: «Yo soy la luz del mundo». El niño sonrió y con gran sentimiento y una voz clara y fuerte dijo: «¡Mi mamá es la luz del mundo!».

Si usted es madre (o padre), es la luz de la vida de sus hijos. Para ellos usted está en el lugar de Dios (ver Patriarcas y Profetas, cap. 27, p. 280). Sea fiel y recibirá su recompensa. Basado en Mateo 8:14,15

Tomado de Meditaciones Matutinas Tras sus huellas,
El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill

miércoles, 28 de marzo de 2012

«QUIERO»
«Mira mi aflicción y mi trabajo y perdona todos mis pecados» (Salmo 25:18).

Los tiempos bíblicos no son los únicos en los que había lepra. Todavía hoy es una enfermedad común en muchos países, en especial los de clima templado, tropical y subtropical. Además de producir profundas úlceras y grandes bultos que causan graves deformidades, la lepra causa daños neurológicos en los brazos y las piernas. Las personas que hace tiempo están enfermas de lepra pueden perder manos y pies porque, cuando sufren una herida, no se percatan de ello.
El pecado es la lepra del alma. Si no recibe tratamiento, comenzamos a volvernos insensibles, tanto al mal como al bien. En otras palabras, el mal no parece tan repugnante y el bien no es tan atractivo. Nos adormecemos y perdemos la capacidad de sentir. Esta situación es más temible que cualquier enfermedad.
Reconforta saber que podemos acercarnos a Jesús, el Gran Médico, sabiendo que, si quiere, puede purificarnos. No hay pecado, por grave que sea, que él no pueda perdonar. No hay tentación, por fuerte que sea, que sea invencible para su gracia.
Al acercarnos a Jesús es necesario que imploremos su piedad. No podemos exigirla como si de una deuda se tratase, sino como un favor: «Señor, si esa es tu voluntad, me echo a tus pies y, si perezco, que sea allí».
La respuesta de Cristo a la súplica del leproso estaba llena de ternura. Extendiendo la mano, lo tocó. A pesar de que la lepra era una enfermedad temida y repugnante, Jesús lo tocó. Hasta este momento, nadie, ni siquiera su propia familia se habría atrevido a tocarlo. Tocar al leproso, a quien se le consideraba un pecador, equivalía a contaminarse. Pero Cristo quería demostrar que, cuando hablaba con los pecadores, él no corría el peligro de infectarse.
Jesús dijo al leproso: «Quiero. Sé limpio». No le dijo: «Ve y lávate en el Jordán»; tampoco le sugirió una larga y tediosa terapia; sencillamente, dijo una palabra, lo tocó y el hombre quedó sanado. Jesús está dispuesto a darnos la ayuda necesaria. Cristo es un Médico al que no es necesario buscar porque siempre está ahí. No os necesario insistirle porque, al hablarle, escucha. Y tampoco es necesario pagar por sus servicios, porque sana gratuitamente. Pidámosle que nos sane. Basado en Mateo 8:1-4

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill

martes, 27 de marzo de 2012

JESÚS NOS LIMPIARÁ

«Bendice, alma mía, a Jehová, y no olvides ninguno de sus beneficios. Él es quien perdona todas tus maldades, el que sana todas tus dolencias» (Salmo 103:2-3).

Jesús se apercibió de que a su alrededor se estaba congregando una gran multitud, subió a la ladera de una colina para que el gentío pudiera verlo y oírlo sin dificultad y empezó a pronunciar un sermón muy largo. Es probable que el leproso se situara al margen de la multitud y que el sermón que escuchaba lo empujara a acercarse a Jesús para pedirle que lo sanara. Había oído decir que aquel Maestro que hablaba con tanta autoridad también era capaz de sanar. Así, a pesar de las críticas de los demás, se acercó lo suficiente a Jesús para pedirle a gritos: «Señor, si quieres, puedes limpiarme» (Mat. 8:2).
Jesús se preocupa por nuestras dolencias. Se compadece de nuestras debilidades (ver Heb. 4:15). Nosotros también podemos acercamos a Jesús, el cual tiene poder sobre todas las enfermedades. Su poder para curar enfermedades es el mismo ahora que cuando anduvo en la tierra; pero siempre tenemos que someternos a su voluntad: «Señor, si quieres, puedes».
No siempre podemos tener la certeza de que lo que pedimos armoniza con la voluntad divina, pero sí podemos estar seguros de que Dios tiene poder para concederlo; porque su poder es ilimitado si lo que pedimos es para su gloria y nos hace bien. Además, podemos confiar en su sabiduría y su misericordia. Por eso podemos decir:«Hágase tu voluntad». Esto nos asegura que, sea cual sea el resultado, estaremos en paz.
Jesús no curaba siempre de inmediato. Pero en este caso, tan pronto se hizo la petición la concedió. Cuando, en oración, pedimos bendiciones terrenales, es probable que la respuesta a nuestra oración se demore o que Dios nos responda de un modo distinto al esperado; pero no sucede así cuando pedimos que nos libre del pecado. Limpiarnos del pecado, convertirnos en sus hijos y prepararnos para vivir una vida de santidad ha sido siempre su voluntad. «Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad» (1 Juan 1:9). Esa oración recibirá una respuesta inmediata. Basado en Mateo 8:1-4.

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill

lunes, 26 de marzo de 2012

JESÚS PUEDE LIMPIARNOS

«Esta es la confianza que tenemos en él, que si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, él nos oye. Y si sabemos que él nos oye en cualquiera cosa que pidamos, sabemos que tenemos las peticiones que le hayamos hecho» (1 Juan 5:14-15).

Piense en la peor de las enfermedades que se conocen hoy día: eso es lo que pensaba la gente de los tiempos bíblicos sobre la lepra. De hecho, se consideraba que la lepra era un castigo divino por algún terrible pecado que hubiera cometido la persona.
 
En realidad, todas las enfermedades son, a la vez, el resultado y símbolo del pecado. Todo empezó en Edén, con Adán y Eva desobedeciendo a Dios. Y desde entonces, el diablo ha acumulado en nosotros enfermedad sobre enfermedad. Pero la lepra era una enfermedad que despertaba un temor especial. Estaba tan asociada al pecado que quien la padecía tenía que separarse completamente de todo lo santo y era considerado impuro.
 
La gente creía que esta enfermedad procedía de la mano de Dios y, por lo tanto, solo él podía quitarla. La capacidad de curar la lepra era una de las señales del Mesías (ver Mat. 11:5). El rey de Israel preguntó: «¿Soy yo Dios, que da vida y la quita, para que este me envíe a un hombre a que lo sane de su lepra?» (2 Rey. 5:7).
 
Se consideraba que la lepra era incurable a menos que Dios interviniera. Por esa razón, un leproso nunca acudía a un médico para que lo sanara. ¿Qué podría hacer el médico si la curación era obra de Dios? En su lugar, el sacerdote, el ministro del Señor, tenía la responsabilidad de examinar al presunto leproso y declararlo puro o impuro. Si el sacerdote veía evidencias de enfermedad, la persona era declarada impura. Si no percibía ninguna evidencia, la persona podía volver a su casa.
 
¿Se imagina qué era levantarse una mañana y descubrir que se padecía la lepra? El leproso tenía que abandonar de inmediato la casa y la familia, tenía que vivir fuera de la ciudad, con los enfermos incurables y, cada vez que pasaba cerca de una persona sana, tenía que gritar: «¡Impuro!».
 
De hecho, todos sufrimos la lepra del pecado. Somos impuros y tenemos que permanecer apartados de las cosas santas. La ley de Dios, como el sacerdote, nos puede mostrar que somos impuros, pero no nos puede curar. Jesús puede hacer lo que para la ley es imposible (Rom. 8:3). Jesús, nuestro Sumo Sacerdote, quita el pecado, nos limpia y nos declara sanos. Ya no somos impuros. Demos gracias a Dios por Jesús, el Gran Médico. Basado en Mateo 8: 1-4

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill

viernes, 23 de marzo de 2012

EL CAMINO ANCHO

«Porque nada de lo que hay en el mundo —los deseos de la carne, los deseos de los ojos y la vanagloria de la vida— proviene del Padre, sino del mundo» (1 Juan 2:16).


La Biblia enseña que solo hay dos caminos: uno bueno y otro malo, el camino a la vida eterna y el que lleva a la perdición. No hay, como algunos quisieran, una tercera vía, la calle de en medio. Jesús habló de esos dos caminos en Mateo 7:13, 14. Hoy hablaremos de qué significa transitar por el camino ancho.
Cuando estoy al volante de mi automóvil, prefiero circular por una cómoda autopista de dos canales a hacerlo por una carretera de un solo canal. Una autopista tiene más espacio y me permite conducir con más rapidez y seguridad. Jesús habló de una puerta ancha y de un camino ancho (en términos modernos, una autopista). Como el camino ancho tiene un acceso cómodo y fácil de seguir, está muy transitado. En la ilustración de Jesús, el camino ancho representa los caminos del mundo.
En esta carretera usted no tendrá problemas para entrar porque el acceso es muy amplio. Por esa vía puede circular «todo lo que hay en el mundo; los deseos de la carne, los deseos de los ojos y la vanagloria de la vida» (1 Juan 2:16).
Circulando por esa carretera usted jamás se sentirá solo; siempre estará bien acompañado, porque es fácil de seguir. Pero recuerde que la multitud siempre lleva por mal camino. «Hay camino que al hombre le parece derecho, pero es camino que lleva a la muerte» (Prov. 16:25).
«Por el camino a la muerte puede marchar todo el género humano, con toda su mundanalidad, todo su egoísmo, todo su orgullo, su falta de honradez y su envilecimiento moral. Hay lugar para las opiniones y doctrinas de cada persona; espacio para que sigan sus propias inclinaciones y para hacer todo cuanto exija su egoísmo. Para andar por la senda que conduce a la destrucción, no es necesario buscar el camino, porque la puerta es ancha, y espacioso el camino, y los pies se dirigen naturalmente a la vía que termina en la muerte» (Así dijo Jesús [APIA, 2007], cap. 6, pp. 211, 212)
Escoger el camino ancho es un error. El camino angosto es el camino correcto. Basado en Mateo 7: 13,14



Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill