viernes, 13 de abril de 2012

FE EN DIOS
«Sálvanos, Jehová, Dios nuestro, y recógenos de entre las naciones, para que alabemos tu santo nombre, para que nos gloriemos en tus alabanzas» (Salmo 106:47).

Mientras los vientos azotaban la frágil embarcación de pesca y la lluvia caía sobre ella hasta el punto de hacerla zozobrar, los discípulos recordaron que Jesús estaba en un rincón. Quedaron sorprendidos de encontrarlo dormido apaciblemente y lo despertaron con sus súplicas: «¡Señor, sálvanos, que perecemos!».
 
Sus gritos despertaron a Jesús quien, aparentemente, estaba descansado. Quizá parezca que está dormido cuando su iglesia se ve sacudida por una tormenta, pero siempre responde. «Te levantarás y tendrás misericordia de Sión, porque es tiempo de tener misericordia de ella, porque el plazo ha llegado» (Sal. 102:13).
En Mateo 8: 26 la Biblia registra sus palabras: «Él les dijo: "¿Por qué teméis, hombres de poca fe?"» No los reprende por haberlo molestado con sus súplicas sino porque hicieron caso a sus propios temores y se angustiaron. Primero Cristo los reprendió y luego los liberó. He aquí su método: primero nos prepara para poder recibir una bendición y luego la da en abundancia.
Preste atención a dos cosas: (1) Su decepción a causa de los temores de sus discípulos: «¿Por qué ustedes, que son mis discípulos tienen temor? Entiendo que los pecadores sientan miedo, que los navegantes paganos tiemblen en medio de una tormenta; ¿pero ustedes?» (2) Les descubre la fuente de sus temores: «Hombres de poca fe».
¿Por qué es tan importante la fe? Los seguidores de Cristo tendemos a ser presa del temor cuando los tiempos son tempestuosos y a quejarnos cuando las cosas andan de mal en peor. La razón de que sintamos temor injustificado se encuentra en el hecho de que nuestra fe es débil, en lugar de ser un punto de apoyo para el alma donde anclar el remo de la oración. Por fe tendríamos que ser capaces de cruzar cualquier tempestad y llegar a la tranquila orilla a la vez que nos alentamos con la esperanza de que llegaremos sanos y salvos.
Sin embargo, la fe en que seremos librados no es fe en Dios. La fe en Dios, tanto si somos librados de la prueba como si no, implica que nos aferraremos a nuestra creencia de que Dios es amor y que estaremos en sus manos. «La seguridad presente y eterna de los hombres es Jesucristo, el Justo. Ninguna mano humana podrá arrancar un alma creyente de sus manos» (Youth´s Instructor, 17 de febrero de 1898). Hay cosas que solo se aprenden en medio de la tormenta. Basado en Mateo 8: 23-27

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill

Jovanny R. Vega A.

jueves, 12 de abril de 2012

VUÉLVASE A JESÚS

«Cambia la tempestad en sosiego se apacigua sus olas. Luego se alegran, porque se apaciguaron, y así los guía al puerto que deseaban» Salmo 107:29,30.

Aunque los desdichados discípulos eran navegantes experimentados y habían afrontado numerosas tempestades, ahora estaban terriblemente asustados. Aterrorizados, acudieron rápidamente a su Maestro. ¿Dónde más podían ir? Que Jesús estuviera tan cerca era algo bueno. Sus gritos y súplicas lo despertaron: «¡Señor, sálvanos!».
Si quiere aprender a orar, póngase en peligro. Cuando sienta que su vida está en juego, correrá a Cristo, el único que puede ayudar en tiempos de necesidad. Los discípulos nunca antes habían orado así. La suya era una oración viva: «¡Señor, sálvanos, que perecemos!».
Habían visto suficientes milagros para saber que Jesús podía dominar cualquier situación. Creían que podía salvarlos y le rogaron que los ayudara. Aunque Cristo vino al mundo como Salvador, únicamente podrá salvar a los que acudan a él. Si, por fe, usted pide la salvación que solo Cristo da, confiado, podrá acudir a él con sus necesidades cotidianas.
Los discípulos lo llamaron: «¡Señor!», y luego rogaron: «¡Sálvanos!». Cristo solo salvará a aquellos que estén dispuestos a reconocerlo como Señor y eso significa obedecerlo. Jesús dijo una vez: «¿Por qué me llamáis: "Señor, Señor", y no hacéis lo que yo digo?» (Luc. 6:46).
Cuando los discípulos clamaron: «Moriremos», reconocieron que su situación era desesperada y se dieron por perdidos. Era como si hubieran sido sentenciados a muerte, por eso clamaron: «Si no nos salvas, moriremos; apiádate de nosotros».
«Por fiera que sea la tempestad, los que claman a Jesús: "Señor, sálvanos", hallarán liberación. Su gracia, que reconcilia al alma con Dios, calma la contienda de las pasiones humanas, y en su amor el corazón descansa. "Hace parar la tempestad en sosiego, y se apaciguan sus ondas. Alégrense luego porque se reposarán; y él los guía al puerto que deseaban" (Sal. 107: 29, 30)» (El Deseado de todas las gentes, cap. 35, pp. 308, 309). Basado en Mateo 8: 23-27

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill

miércoles, 11 de abril de 2012

ECHE SU ANSIEDAD SOBRE JESÚS
«Echad toda vuestra ansiedad sobre él, porque él tiene cuidado de vosotros» (1 Pedro 5:7).

Durante la travesía, los sacudió una fuerte tempestad. Cristo pudo haberla evitado para que los discípulos tuvieran un viaje agradable, pero era necesario que aprendieran una lección de confianza. En ese momento lo ignoraban, pero esa tormenta era para su propio bien.
 
Cristo quería enseñarles que sus seguidores no se librarán de las tormentas del camino. Del mismo modo, la iglesia se verá sacudida por vientos de doctrinas. Solo tras nuestra llegada al cielo disfrutaremos de una calma perpetua. Esta tierra siempre estará sumida en la agitación y el caos.
Después de haber predicado durante varios días a una gran multitud, Jesús estaba cansado. Imagine la energía que necesitaría para predicar de manera que cinco mil personas pudieran oírlo. En lugar de dejar que descansara, la gente se agolpaba a su alrededor pidiéndole que sanara sus enfermedades. Ahora, en aquella frágil embarcación de pesca,
Jesús había encontrado un rincón tranquilo, recostó la cabeza y se durmió. Esta es la única vez en que se nos dice que Jesús durmió. Sabemos que tenía que dormir, pero él dijo de sí mismo que no tenía dónde recostar la cabeza. Se durmió, no como Jonás, dormido en medio de una tempestad porque se escondía, sino con el sueño de la santa serenidad y la dependencia de su Padre. Se durmió para mostrar que, real yverdaderamente, era un hombre y que estaba sujeto a las flaquezas del cuerpo humano. El esfuerzo lo había agotado y estaba somnoliento. Ningún sentimiento de culpa ni temor podía turbar su reposo. Una frase célebre reza: «La buena conciencia sirve de almohada».
Jesús pudo dormir completamente relajado porque confiaba en su Padre; no así aquel anciano, temeroso ante su primer viaje en avión. Sus amigos, deseosos de saber cómo le había ido, le preguntaron si le había gustado. «Bueno», comentó el caballero, «no fue tan mal como había pensado; pero tengo que decir que en ningún momento dejé caer todo mi peso sobre el asiento».
Cuando confíe en Jesús usted podrá «dejar caer todo su peso» en los brazos del Señor. Recordemos la invitación bíblica: «Echad toda vuestra ansiedad sobre él, porque él tiene cuidado de vosotros» (1 Ped. 5:7). Basado en Mateo 8: 23-27

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill

jueves, 5 de abril de 2012

POR NOSOTROS FUE HERIDO

«Mas él fue herido por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados» (Isaías 53:5).

En la parábola de la oveja perdida, Cristo enseña que la salvación no se debe a nuestra búsqueda de Dios, sino a su búsqueda de nosotros. “No hay quien entienda, no hay quien busque a Dios; todos se desviaron” Romanos 3:11, 12. No nos arrepentimos para que Dios nos ame, sino que él revela su amor para que nos arrepintamos...
Los rabinos tenían el dicho de que hay regocijo en el cielo cuando es destruido uno que ha pecado contra Dios; pero Jesús enseñó que la obra de destrucción es una obra extraña; aquello en lo cual todo el cielo se deleita es la restauración de la imagen de Dios en las almas que él ha hecho.
Cuando alguien que se haya extraviado grandemente en el pecado trate de volver a Dios, encontrará crítica y desconfianza. Habrá quienes pongan en duda la veracidad de su arrepentimiento, o que murmurarán: “No es firme; no creo que se mantendrá”. Tales personas no están haciendo la obra de Dios, sino la de Satanás, que es el acusador de los hermanos. Mediante sus críticas, el maligno trata de desanimar a aquella alma, y llevarla aún más lejos de la esperanza y de Dios. Contemple el pecador arrepentido el regocijo del cielo por su regreso. Descanse en el amor de Dios, y en ningún caso se descorazone por las burlas y las sospechas de los fariseos.
Los rabinos entendieron que la parábola de Cristo se aplicaba a los publicanos y pecadores; pero también tiene un significado más amplio. Cristo representa con la oveja perdida no sólo al pecador individual, sino también al mundo que ha apostatado y ha sido arruinado por el pecado. Este mundo no es sino un átomo en los vastos dominios que Dios preside. Sin embargo, este pequeño mundo caído, la única oveja perdida, es más precioso a su vista que los noventa y nueve que no se descarriaron del aprisco.
Cristo, el amado Comandante de las cortes celestiales, descendió de su elevado estado, puso a un lado la gloria que tenía con el Padre, con el fin de salvar al único mundo perdido. Para esto dejó allá arriba los mundos que no habían pecado, los noventa y nueve que le amaban, y vino a esta tierra para ser “herido... por nuestras rebeliones” y “molido por nuestros pecados” Isaías 53:5. Dios se dio a sí mismo en su Hijo para poder tener el gozo de recobrar a la oveja que se había perdido...
Cada alma que Cristo ha rescatado está llamada a trabajar en su nombre para la salvación de los perdidos. Esta obra había sido descuidada en Israel. ¿No es descuidada hoy día por los que profesan ser los seguidores de Cristo?—Palabras de Vida del Gran Maestro, 148-150.

Jovanny R. Vega A.